◖ 10 ◗
ALEJANDRA.
— ¿Segura qué estás bien?— me preguntó Léonard.
No, por supuesto que no lo estaba.
Mi cabeza quería estallar del dolor causado por el inicio de una migraña; mi vista estaba un tanto nublada y distorsionaba cada que me estaba rodeando. Por leves momentos, los músculos de mi cuerpo sentían pesadez y, a su vez, también se mostraban débiles, como si estuvieran a punto de apagarse, y dejarme inconsciente dentro de la oficina de mi jefe. Cada centímetro de mi piel hervía y temblaba descomunalmente sin control… claros síntomas que me decían que tenía fiebre y tal vez algo más.
Pero aún así, no pude evitar el hecho de ir al psiquiátrico, obligué a todo mi ser a moverse hasta poder llegar. Y aunque me tardé más de lo normal, estaba feliz de por fin estar donde quería.
No sabía por qué, pero lo había hecho. Sin siquiera pensarlo mucho decidí estar allí… y pasar tiempo con Víktor.
Tampoco era como si tuviera muchas cosas que hacer en mi casa, todo había terminado perfectamente limpio y ordenado. Aun así, si me hubiera quedado resguardada en la protección de mi casa, todo se hubiese descontrolado por más que no quisiese. Ni siquiera mi hogar era seguro desde que él se manifestó y comenzó a estropear mi vida. Si seguía permaneciendo entre esas cuatro paredes por más tiempo del necesario, mis pensamientos negativos hubieran avanzando a un nivel crítico, y ese sería un gran problema. No podía seguir con lo mismo, y permitirme estar sin hacer nada porque eso me estaba dañando.
Quizá sonaba a algo típico que decía una persona obsesionada con su trabajo, pero por mi parte no se trataba de eso. Sino que, cada vez que me quedaba sola, mi mente maquinaba cosas que solo empeoraban mi situación, y si no le ponía un límite al entretenerla con algo, no sabía hasta dónde podía der capaz de llegar.
Ni siquiera me importó salir de mi cama y tomar una ducha helada para contrarrestar el calor que mi cuerpo estaba emanando desde que me había despertado. Como si fuera normal, había tomado el grifo del agua fría y dejé que me empapara por completo sin rechistar o quejarme. Duré quince minutos bajo la lluvia artificial antes de decir que era suficiente, tomé la primera toalla que encontré y busqué la ropa que usaría ese día: jean’s azules y una camisa manga larga de color blanco. Una vez lista, bajé las escaleras y seguí hasta la cocina donde me preparé un café y lo bebí en tiempo récord.
Después de eso...
Fruncí el ceño.
No lo recordaba, pero supuse que había tomado las llaves de la casa y de mi coche minutos antes de cerrarlo todo y comenzar el viaje hasta el psiquiátrico.
Tal vez así sucedió.
O tal vez no.
Gruñí.
No entendía por qué mi conciencia estaba en mi contra y siempre decía algo negativo que me hacia dudar de hasta mi propia sombra. Todo había ocurrido de la nada, de un momento a otro y seguía sin encontrar explicación.
Aquella voz interior que te hablaba, ya fuera para darte consejos o recordarte algo, no me estaba funcionando como lo esperaba. Ella murmuraba lo que se le antojaba, se rehusaba a decir algo coherente y que me ayudara.
Suspiré, bajando mi mirada.
Mis manos estaban entrelazadas entre sí sobre la mesa de madera de la oficina, jugando con mis dedos al rodear uno con otro noté que había algo en ellas que me llamó la atención. Observé mis uñas, aún sin comprender por qué estaban de ese modo.
Sin brillo, sin suficiente Calcio y… sucias.
¿En qué momento había estado en contacto con un poco de tierra? Porque sí, podía ver el marrón oscuro debajo de ellas. Sentía el olor a humedad a medida que trataba de limpiarlas con desesperación, no me parecía correcto ni mucho menos higiénico ir a trabajar de esa forma.
Era como si hubiese estado escarbando en algún lugar y no había sido consciente de ello.
Quizá no lo recordaba por el hecho de haber perdido la noción del tiempo una media hora antes de salir de casa, minutos después de que el dolor pulsante naciera en mi cabeza. Había olvidado qué había hecho, en qué lugar estuve, y sobre todo si había estado con alguien.
Lo que más temor me causó fue ese último.
¿Y si estuve en un sitio público haciendo algo indebido? ¿Y si me habían visto jugar como si fuera una niña pequeña?
¿Qué cosa estaba haciendo exactamente cuando metí mis manos bajo tierra?
Mi mente era una laguna, no podía saber absolutamente nada. Y eso era algo que me sorprendía. Antes no podía olvidar siquiera cuántas tazas de café había consumido un día en particular, siempre memorizaba cada cosa que hacia; lugar que visitaba o persona con quien hablaba —aunque eso fuera escaso—. Podía decir que tenía una lista mental de todo sin escatimar en detalles.
Pero supuse que tener una leve amnesia era normal. Que olvidar cuánto café había bebido en los últimos días era algo típico. Que no recordar lo que había hecho una semana atrás era algo natural. Después de todas las pesadillas que había tenido, de las cuales sí me acordaba, cualquier cosa tenía la etiqueta de normal, típico y natural.
Su vida ya está patas arriba… solo falta el último golpe para reaccionar y ver la realidad.
Exacto.
Espera... ¿Qué dijo?
— Estoy bien, ya no te preocupes.— me limité a contestar, sin querer pensar en lo que mi “conciencia” acababa de decir.
No podía responder otra cosa, porque ni siquiera yo era capaz de comprender lo que pasaba en mi día a día. La locura, poco a poco, se había vuelto rutinaria… todo dejaba de importarme, incluso mi cordura.
Nunca estuviste del todo cuerda.
Vete a la mierda.
¿Realmente era mi conciencia la que me estaba hablando o solo lo estaba imaginando? ¿Era posible que diera a entender que estaba loca?
No, yo estaba sana. Era una psicóloga, alguien profesional que llevaba años en lo mismo y que nunca había mostrado que le afectara algo. Siempre estuve lista y dispuesta a enfrentarme a cualquier persona que tuviera problemas mentales, pasé días escuchando sus historias y buscando la cura para su enfermedad. Viví mucho y nada me dañó.
¿Estás segura sobre lo que hablas?
Moví mi cabeza de un lado a otro, no era momento de tener una pelea interna.
Dejé de pensar y enfoqué mi atención en el hombre que tenía delante de mí.
— Todos los días dices lo mismo…—resopló Léonard, un tanto molesto— Y aún así es todo lo contrario, puedo ver lo demacrada que estás. Esas ojeras debajo de tus ojos, me están preocupando…
Intenté seguirle el ritmo de su regaño pero no pude.
Él continuó hablando, pero yo dejé de escucharlo. Podía ver sus labios moverse al articular palabras, pero en mis oídos no llegaba sonido alguno. Sus manos viajaban de un lugar a otro, queriendo dar una referencia a lo que fuera que estuviera diciendo.
Comprendí que había algo mal en mí, antes le tenía respeto. Escuchaba atentamente cada cosa suya, siguiendo cada comentario que salía de su boca como si fuera el mismo Dios que hablaba conmigo, pero en ese momento no era lo mismo. Nada de lo que dijera me importaba, ya nada parecía tener sentido para mí. Mi jefe podía pasar horas frente a mí, charlando de lo que quisiera pero mi atención estaría en cualquier lado menos en él.
Incluso diría que le hacia más caso a mi conciencia.
— Alejandra, ¿Me estás oyendo?— pasó su mano cerca de mi rostro y fue cuando reaccioné— ¿Estás bien?
¿Segura que no estás loca?
— ¡Te he dicho que sí! Solo cierra la maldita boca.— había explotado, frente a mi jefe y aún así no me importaba. Tampoco quise buscar alguna lógica a mi respuesta y para quién iba dirigida en realidad. Observé como el rostro de Léonard se desfiguraba de disgusto con un toque de sorpresa— Yo… lo siento.
Apretando mis manos, y sin esperar respuesta salí a toda velocidad de la oficina, no podía seguir allí. No quería mirarlo a la cara porque me moría de vergüenza, había actuado mal. Tampoco quería estar cerca suyo porque sino me bombardearía de preguntas y no sabría qué contentar.
¿Qué decir cuando tienes conflictos con tu propia mente? ¿Cómo explicarle a alguien que parecías pelear con tu conciencia?
Caminé unos pocos pasos antes de doblar a la derecha y encontrarme con las puertas del elevador abiertas y esperando por mí. Me adentré en él sin pensarlo y apreté en botón que me llevaría a mi destino.
Una vez que estuve sola y resguardada únicamente por los espejos que habían en todas las paredes metálicas, apoyé mi espalda en uno de ellos e inhalé lentamente.
Sentía que mi paciencia estaba por los suelos, casi creando un hueco para seguir bajando y no volver a subir. Quizá esa fue la razón por la cual me descontrolé, enviando todo a la mierda. Al parecer ya no podía manejar mi temperamento, y aquella burbuja de control que antes estaba vacía, en ese momento era tan enorme que estaba a punto de explotar.
O hacia algo al respecto, o una aguja puntiaguda se encargaría de reventar algo que podría arruinar mi vida por completo.
El dejar que la rabia o el miedo me consumieran, acabaría con todo lo bueno existe en mí. Ya había perdido mis ganas de dormir, y quizá también estaría a unas horas de perder mi empleo. Estaba segura que, luego de haberle hablado de esa forma a mi jefe, estaría patitas en la calle. Sin oportunidad de disculparme… sin intenciones de volver a un psiquiátrico.
Porque mi carrera llegaría a su final después de ahí, si perdía mi puesto ya no volvería a intentarlo. No tenía la fuerza suficiente como para buscar otro edificio que me gustara y me hiciera sentir querida, para luego tener que pasar por lo mismo e iniciar con una nueva búsqueda.
Porque sabía que si ocurría una vez, también podía ocurrir dos veces.
El dichoso «ding» me indicó que ya estaba en mi piso, volviendo a mi posición normal salí de ascensor. Caminé algunos metros antes de adentrarme en una puerta y perderme dentro por unos minutos.
El baño de mujeres.
Me acerqué al primer lavado que encontré y abrí el grifo. Las gotas frías mojaron mi piel y lo agradecí, aunque la fiebre no llegó tan fuerte como lo había imaginado, mi cuerpo seguía caliente. Dejé mis manos bajo el chorro de agua por unos segundos, antes de tomar un poco del jabón líquido y comenzar a refregarlas hasta que formara una brillante y suave espuma blanca. Con delicadeza fui quitando la suciedad que había en cada dedo, escarbando entre el lodo que se había formado gracias a la humedad hasta quitarlo todo.
Una vez que estuve satisfecha, volví a abrir el grifo y dejé que el jabón se escurriera por toda mi piel antes de caer al lavado y perderse en el desagüe. Observé mi reflejo frente a mí, ¿Por qué todos los baños debían de tener espejos? ¿Es que acaso querían que diariamente tuviéramos que ver lo deteriorada que estaba nuestra piel facial? No quería siquiera ver mis ojos porque notaría los hundidos que estaban, sin mencionar las malditas ojeras que parecían ir en aumento y no querer abandonarme.
Una gran mueca de disgusto se posó en mis labios.
Al mirarme, no me reconocía. Esa mujer no era yo, no era la misma que meses atrás brillaba de alegría por más que su trabajo no fuera el mejor de todos para el resto del mundo. La antigua Alejandra Cabrera se hubiera encabriado al encontrarme de esa forma solo por unas pesadillas, me hubiera gritado al no poder controlar mi mente y dejarle todo el control.
Esa Alejandra ya no existe.
No... estaba de acuerdo con eso, y agradecía que, por primera vez en el día, mi conciencia dijera algo coherente para variar.
Luego de haber usado mis manos como recipiente y esperar a que una gran cantidad de agua estuviera entre ellas, sumergí mi rostro para despabilarme por completo.
Sabía que necesitaría de algo más para hacerlo y también para pasar el mal momento en la oficina de Léonard, pero por obvias razones el mojar mi cara era lo único que podía hacer para tratar de controlarme. Tal vez las opciones se multiplicarían y variarían en cuando tuviera la oportunidad del salir del psiquiátrico.
En una situación así solo único que quedaba era aceptar lo que el destino te ofrecía e ingeniártelas con eso.
Tomé una de las toallas descartables y sequé mi piel, volví a dejarla en su lugar y salí por la puerta.
Una vez fuera, simplemente avancé por el pasillo, rumbo a la sala 3. No sin antes haber inspeccionado cuidadosamente que cada una de mis uñas estuvieran limpias y prolijas, no soportaría verlas en ese estado una vez más. Ni siquiera sabía la razón por la cual me molestaba tanto un poco de tierra, quise retribuirlo con el hecho de que estaba en mi trabajo y que sería mal visto que una psicóloga tuviese sus manos de esa forma.
Cuando divisé que el metal que nos mantenía separados a mi paciente y a mí estaba a unos cuantos pasos adelante, me detuve. Apoyé mis manos sobre una de las paredes e incliné mi cuerpo hacia el frente, inhalé y exhalé un par de veces, cerrando mis ojos.
Debía de continuar y hacer mi trabajo, pero antes tenía que tranquilizarme. Conocía perfectamente lo que me esperaba allí, y con quién me tendría que enfrentar. Sabía que Víktor usaría mi mal humor y confusión en mi contra, que diría alguno de sus comentarios respecto a mi aspecto con tal de molestarme aun más.
Teniendo en cuenta el procedimiento que él utilizaba, e importándome muy poco su falta de empatía, me erguí en mi lugar y seguí con mi camino con más velocidad. Estaba un tanto ansiosa y desesperada por escuchar qué tendría para decir. Porque, a pesar de todo lo malo y que lo culpaba por arruinar mi vida; dejando a un lado sus palabras algo negativas y extravagante... olvidando a la silueta y su mensaje escrito en el espejo de mi bajo, aún con esas cosas y más, sentí que lo necesitaba. Quería su estúpida presencia cerca de mí, ver su rostro y su siniestra sonrisa torcida.
Y por sobre todas las cosas, deseaba poder oír ese feo pero contagiante ruido que creaba al chocar sus nudillos contra el metal de la mesa.
Había cambiado tan drásticamente, de un día para otro, que me sorprendía. Antes quería huir lejos, mientras que, en ese momento, añoraba la hora de tenerlo en frente. Sin importarme que, gracias a él, mis sueños bonitos se habían acabado.
Tal vez Heber no se equivoca al decir que le tienes cariño...
Tú cállate.
— Doctora Cabrera, bienvenida.— me recibió Campos cuando me posicioné a su lado. Mostró una gran sonrisa, la cual no pude evitar devolverle… falsamente.
Quería tirar a un lado nuestras diferencias, olvidar por completo sus comentarios hacia Víktor y su manera de actuar. Trabajábamos juntos después de todo y no me gustaría tener una mala convivencia por culpa de unas simples palabras que, quizá, no fueron pensadas antes de ser dichas.
Así que el guardia estaría de suerte con mi decisión de dejar pasar su forma engreída, comenzando de nuevo para no tener otro problema parecido. A lo mejor y gracias a ello podríamos tener alguna que otra conversación.
Observándolo atentamente, arqueé una de mis cejas.
No sabía por qué, pero quería conocer su nombre. La placa plateada que brillaba en su pecho solo me mostraba su apellido, y la intriga nació dentro de mí tan encendida como una llama. Quizá era para calmarme, a lo mejor quería distraerme y mi mente actuó inconscientemente, dejándole lugar a esa pequeña interrogante.
Ni siquiera con eso puedes evitar el hecho de que deseas ver a Víktor.
— ¿Cuál es tu nombre?— le pregunté, mirando sus ojos grises, e intentando ignorar a mi conciencia.
— Matthew…
— Es un gusto, ¿Podría decirte Matt?— asintió, sin problema— Mi nombre es Alejandra.— dije, aunque él lo supiera de antemano— Me alegraría que dejarás de decir mi apellido.
Él rascó parte de su nuca, desviando la mirada.
— No podría, lo sentiría como una falta de respeto.
— Olvida las formalidades, por favor.— puse mis ojos en blanco, quizá no me distraería después de todo.
— Lo siento, no puedo.— negó con firmeza.
— Está bien…
La poca paciencia que creí haber recuperado, se esfumó tan pronto como apareció.
Esperaba tener más que eso, pero a su vez el recuerdo de que al psiquiátrico se iba únicamente para trabajar y no a crear lazos de amistad, me relajó de algún modo. Supuse que todo estaba en mí, desde siempre me había mostrado reacia al hecho de tener charlas que no fueran relacionadas a algún caso. Las personas que en ese lugar me conocían, y tal vez aun seguían con ese pensamiento y creencia, sin notar el gran cambio que se había apoderado de mí días atrás.
Si no hacia algo rápido, el momento de lamentaciones llegaría sin aviso.
Sin importarme nada, o más bien tratando de evitar alguna extraña situación, pasé por al lado de Campos sin siquiera decir algo más. Abrí la puerta y me adentré en la sala.
Mi perdición, se convirtió en mi salvación en cuanto sus ojos chocaron con los míos.
Víktor estaba sentado sobre la mesa moviendo sus pies hacia delante y atrás, sus manos estaban entrelazadas entre sí, apoyadas sobre su regazo. Era la primera vez que lo veía tan despreocupado, mostrando todo su poder de una forma tierna a mi parecer. Sabía que no le interesaba nada, ni que estuviéramos frente a él, mucho menos que esa manera de actuar no era un buen recibimiento. Todo lo que pasara a su alrededor le importaba muy poco, eso lo demostró desde el minuto uno.
Sin darme cuenta, una sonrisa tonta se posó en mi rostro. Esperaba que nadie lo notara, o que trataran de encontrar explicación porque ni yo sabía.
— Siéntate en la silla.— lo regañó el guardia, quien había seguido mis pasos rápidamente— ¿Para qué crees que fueron creadas?
— Para joder.— respondió, dando un salto y quedando de pie— Al igual que tú…
— ¿Qué has dicho?
— Aparte de idiota, eres sordo.— se burló, dando media vuelta para rodear la mesa.
— Maldito bastardo.— gruñó, tratando de pasar por mi lado pero lo detuve.
— Déjalo en paz, demasiado tiene con estar encerrado.— intervení, colocando una de mis manos sobre su pecho.
— Como diga, doctora. — volvió sus pasos atrás, regresando a su lugar cerca de la puerta.
Bufé.
Al parece decirle que dejara la formalidad solo había sido una perdida de tiempo, y no había funcionado para nada. No conocía el tiempo que Campos llevaba trabajando allí, pero tal vez el ser respetuoso con los demás ya se le había hecho costumbre y se le dificultaba cambiar. Pero era obvio que a esa parte de él solo la recibíamos los profesionales y no los pacientes.
Todo dependía de la persona.
De mala gana me coloqué a un lado de la mesa, ignorando el lugar libre que tenía para tomar asiento. No entendía por qué, pero no quería estar a la misma altura que él. Tal vez era porque no me aparecía sentirme intimidada por él, ya fuera por su compostura prepotentemente altanera o por el hecho de que su cuerpo era mucho más grande que el mío, mucho más fuerte y musculoso.
Usando mi sentido visual, me deleité mirando cada centímetro del fornido cuerpo que aun se mantenía de pie: sus brazos se marcaban bajo la tela del overol azul, sus anchos hombros resaltaban a la perfección al igual que su cuadrada mandíbula. Sobre ella, una barba creciente me invitaba a estirar mi mano y dejar que las yemas de mis dedos hicieran contacto contra aquella áspera superficie.
Una obra de arte tan malditamente dañada.
Negué con la cabeza cuando noté lo que estaba haciendo.
¿Desde cuándo me dedicaba a observar tan descaradamente a mi paciente? ¿En qué momento dejé de verlo como a cualquier otro para apreciarlo como si fuera lo mejor del mundo?
¿Por qué sentía un extraño hormigueo en mi vientre?
Todo había sido muy raro ese día.
— Vaya, vaya. La profesional no está de buen humor.— se burló Víktor, sonriendo con malicia mientras que tomaba asiento en su respectiva silla. Sus grandes bíceps parecieron apretar demasiado la tela cuando los cruzó sobre su pecho, me pregunté cuánta más presión podría aguantar el overol, antes de que empezara a marcarse por pequeñas líneas y luego romperse.
— ¿Eso te divierte?— indagué. Sabía la respuesta pero necesitaba llevar mi concentración a otra cosa que no fuera su cuerpo.
— Sí, aunque no necesitaba que detuviera a ese imbécil…— fanfarroneó, señalando descaradamente a Campos— Yo podía retenerlo.
— La próxima vez dejaré que lo hagas a tu modo entonces.— sabía que eso jamás pasaría. Mi trabajo, aparte de ayudar a su mente, era controlar un conflicto o incluso evitarlo.
— Gracias, pero tampoco necesito de su aprobación, Alejandra.
Sentí un leve calor en todo mi rostro.
Su manera de decir mi nombre era un tanto diferente y peculiar, fue como escuchar el sonido más elegante y hermoso del planeta. ¿Cómo era que por llamarme me había hecho sentir así? Nadie podría lograr lo que él hacia, porque nadie más portaba esa magnífica y gruesa voz. Esa sensación fue como estar volando despreocupadamente en el cielo y haber tenido la oportunidad de tocar las suaves y pomposas nubes que lo decoraban. Fue tan mágico aún sabiendo que pronto habría una caída libre en picada.
Y esa llegaba cuando volvía a comprender que él era mi paciente.
Moví mi cabeza de un lado a otro, tratando de quitar esos absurdos pensamientos.
¿Qué me estaba pasando? Víktor era todo lo contrario a elegante y hermoso, su voz era una como cualquier otra. Además estaba demente, y eso era algo con lo cual no podía jugar.
A la locura la estudiaba, solo tenía que hacer eso.
Me dediqué a pasar mi mirada sobre la mesa y nada más, sobre ella había un plato desechable con una manzana roja cortada en trozos.
Sonreí y silenciosamente agradecí que mi petición hubiera sido escuchada y acatada sin problemas.
— ¿Qué tal la comida de hoy?— quise saber, aunque a simple vista la fruta se mostraba jugosa y deliciosa.
— Sobre eso... no necesitaba que hablara por mí.
— El día en que nos conocimos me diste a entender que odiabas las mismas comidas rutinarias que daban, así que me tomé la libertad de cambiar un poco eso.— expliqué sonriendo, satisfecha con lo que había conseguido.
— Se toma muchas libertades, doctora. A pesar de haberme quejado sobre los alimentos, eso no le daba el derecho de hacer algo así.
— Bueno, pero...
— No.— me interrumpió— No dejaré que los demás me vean como el favorito de usted, tampoco que piensen que somos amigos.— toda sonrisa en mi rostro desapareció.
¿Acaso no podía simplemente decir gracias y ya? ¿Por qué siempre buscaba tener un conflicto conmigo?
No comprendía por qué creaba un problema en donde no lo había. Solo quería ayudarlo, eso era todo. No pensé que por haber hablado con Léonard, él se molestaría. ¿Pensar y mejorar la alimentación de tu paciente estaba mal?
— Mi intensión no es que los demás lo vean de esa forma.— comenté, sin siquiera mirarlo— Lamento que lo malinterpretaras, solo quise ayudarte.
— No necesito que lo haga.— dijo, con brusquedad.— Manténgase al margen, y ya no haga algo parecido.
Asentí.
Llevé mis manos a los bolsillos de mi bata médica y comencé a frotar la tela con cada uno de los dedos, una clara forma de mostrar nerviosismo y un poco de ansiedad.
El que Víktor actuara así no me gustaba, creí que habíamos hecho las pases y dejado atrás el tiempo del desprecio y enojo. Al parecer nada de lo que yo hacia le agradaba, por más que fuera algo bueno para él... por más que el querer ayudarlo fuera una clara demostración de lo preocupada que estaba por su bienestar.
Después de ese gran fracaso estaba segura de que no lo volvería a intentar, solo me limitaría a hacer mi verdadero trabajo. Que su alimentación fuera un problema de la persona que estuviera encargada de la cocina del psiquiátrico, a mí ya no debía de interesarme.
Al menos lo intentaste...
Sí, pero había sido un intento no valorado.
— ¿De qué hablaremos hoy?— él volvió a hablar después de minutos en silencio, o eso me había parecido a mí.
Suspirando lo miré.
— ¿Crees que todo puede cambiar de un día para otro?
— ¿A qué se refiere?— frunció el ceño, tomando un trozo de manzana y llevárselo a la boca. Al morderlo, un poco de jugo manchó sus labios. No me perdí el momento exacto cuando sacó su lengua y lentamente lamió cada centímetro de carne, antes de devolverla a su cavidad bocal y comenzar a masticar sin percatarse de lo que eso me había causado.
Tomé una larga bocanada de aire y desvié la mirada.
No podía continuar así, eso ya era superar los límites y llegar a un nivel extremo. Tenía que controlar lo que fuera que me estaba ocurriendo, jamás había sucedido y no sabía a qué venía todo eso.
Sientes atracción por él.
No. Eso no era posible.
Víktor era mi paciente, nada más. Debía de ser eso, una persona que requería mi ayuda. Ni mi cuerpo, ni mi mente podrían cambiarlo. Él era un demente y yo una profesional, si tenía que repetirlo en varias ocasiones, lo haría las veces que fueran necesarias.
— ¿Doctora?— me llamó, regresándome a la realidad.
— ¿Qué?— no podía recordar en dónde nos habíamos quedado.
— ¿De qué hablaba cuando dijo que todo puede cambiar de un día para otro?— indagó.
Oh, estábamos en esa parte.
Giré mi cabeza hacia la izquierda y me perdí en la vista que me mostraba uno de los ventanales; el sol brillaban intensamente sobre el cielo azul, las astas de los árboles del bosque que nos rodeaban se movían de un lado a otro debido al viento que soplaba en esa altura.
Fuera parecía estar todo tan tranquilo, mientras tanto mi mente era un océano con olas altas y descontroladas, golpeando y rompiéndose contra las rocas de un acantilado.
Volví mi mirada hacia el hombre impaciente que estaba frente a mí y recordé su pregunta.
¿Qué podría decir? No pensé mucho cuando esas palabras habían salido de mi boca. Supuse que me dejé llevar por toda esa bola de sensaciones que había sentido desde muy temprano. Quizá la fiebre había sido la culpable, o aquella migraña que mágicamente había desaparecido en cuando entré en la sala, creó ese raro ambiente donde sentía que podía charlar de cualquier cosa con él.
Algo fue la causante de que dijera eso, y aunque no supiera qué contestar, seguí hablando como si nada:
— Míranos, ¿No crees que hemos cambiando en los últimos días?— sabía la respuesta, pero aún así quería escucharla con su voz.
— Siempre hay un suceso que lo cambia todo, ya sea para bien o para mal.— apoyó sus codos sobre la mesa— Así es la vida, solo hace falta comprender cada uno de ellos e intentar sacar lo mejor.— sus ojos chocaron con los míos— Muchas veces lo más conveniente es olvidar y seguir adelante, no debemos aferrarnos a algo porque eso solo nos detendrá y no podremos avanzar.— hizo una pausa y suspiró— Hay que aprender a perdonar y soltar, sino lo hace la única que saldrá herida es usted.
Su comentario me dejó sin palabras.
¿En qué momento había pasado?
¿En qué momento Víktor había comenzado a hablar como alguien normal? No parecía tan demente después de todo… solo mostraba ser otra persona que tuvo mala suerte en esa vida de mierda.
Porque sí, no todos teníamos la oportunidad de nacer en una cuna de oro y convertirnos en alguien importante sin sacrificar nada. No podíamos tenerlo todo en la vida, no sin antes haber soltado algo a cambio. Ni mucho menos podíamos evitar ciertos recuerdos dolorosos o molestos, como lo era el no convivir con una madre por un error del pasado... como lo era el no poder estar con la persona que amabas por culpa de alguien más. Porque algunas cosas no eran justas, y aunque lo quisieras, no podías hacer nada para tratar de cambiarlo.
Y allí estaba mi paciente, alguien que parecía abandonado por la suerte, alguien encerrado que acababa de darme una lección. Porque nunca lo había pensado de esa manera, no me había detenido a reflexionar sobre nuestra existencia y los obstáculos que habían en ella.
Quizá en otra vida él pudo haber sido un gran psicólogo… incluso mejor que yo.
Y fue en ese momento cuando una pregunta importante nació en mi mente:
¿Había elegido bien mi carrera? Quizá la mayoría diría que sí, que tomar esa decisión fue lo mejor que había hecho y que debía de estar feliz y satisfecha por mis logros. Había ayudado a muchas personas, pero aún así no parecía alcanzarme, no me era suficiente. Además, gracias a mi elección de años atrás, había perdido contacto con mi madre y supuse que eso era, en gran parte, una razón más para comenzar a dudar sobre mi capacidad de saber qué era lo correcto para mí y qué no lo era.
Sentía que podía hacer más; continuar caminando, dar fuertes y decididos pasos y seguir superándome. Pero, cuando miraba a Víktor y pensaba qué tanto avance había tenido, la respuesta era clara y rápida: cero. A pesar de saber un poco sobre su pasado, seguía igual que desde el comienzo. En cambio yo estaba peor, cada día caía un poco más bajo y nada lo detendría.
Estaba cambiando, dejando mi profesionalismo a un lado y tomando un no sabía qué, que me hacia pensar en cosas que nunca creí que pensaría. La duda, y la curiosidad llegaban más seguido y no querían irse. Al igual que ese conflicto interno con mi conciencia, y esa manera diferente de ver a Víktor, que había empezado ese día.
Y ni siquiera había mencionado a la silueta. Aquel ente maligno que parecía querer arruinarlo todo y poner un punto final a lo que más quería en mi vida. No conocía su límite de su maldad en su totalidad, pero recordando que su presencia solo había ocasionado problemas en mí, creía que la palabra límite no existía en su vocabulario. Si era que tenía uno, por supuesto.
Al parecer, él quería que acabara con todo aquello que había logrado con mi trabajo.
¿Y si lo conseguía?
¿Qué pasaba si un día decidía abandonarlo todo, tal como él deseaba? ¿Qué sería de mí después de eso?
Por un escaso tiempo, me detuve a pensarlo con determinación, y no pude evitar sentir cierta paz al hacerlo. La idea de quitar la gran mochila pesada de mis hombros y alejar la responsabilidad de ayudar a mis pacientes, me pareció tentadora.
Quería vivir mi vida sin preocupaciones, así como Víktor parecía vivir la suya. Que alguien más se encargara de todo, y que a mí me dejara toda la libertad del mundo.
Es que, a veces, era más fácil rendirse que seguir adelante. En ocasiones, era mejor pintar las cosas de un bello color para evitar ver la oscuridad que había en ellas.
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